“El racismo es una enfermedad de la mente y del alma. Mata a muchos más que cualquier infección.” Afirmó Nelson Mandela.
Ciertamente el racismo se ha podido ver reflejado en la educación como producto de los prejuicios raciales en el que la “ raza blanca “ ha impuesto valoraciones y normas de conducta que discriminan tanto a los mestizos como a los indígenas. A través de estos procesos psicosociales es que el niño que vive inmerso en su sociedad básica que lo constituye su familia, escuela, iglesia y grupos sociales aprende a discriminar a los que según ellos consideran diferentes .
En el seno de la familia, los niños blancos aprenden a tratar de modo diferente a los mestizos (los cholos, a los negros y a los indígenas); se familiarizan con las barreras invisibles pero reales de la sociedad peruana, sus circuitos culturales discriminatorios y los matices del lenguaje que consagran la pertenencia al grupo dominante; de ésta manera asimilan los esteriotipos que están en la base del prejuicio (“El indio es flojo, primitivo, ignorante, infantil, borracho…”) y aprenden las normas no escritas de las discriminaciones raciales cotidianas. Los mestizos siguen procesos semejantes, más complejos, por su secreta aspiración a ser blancos. Y los indígenas mismos, por el efecto retroalimentador del prejuicio, tienden a internalizar la imagen devaluada que de ellos les ha impuesto el blanco; muchos de ellos aspiran a igualarse con los mestizos urbanos..
Esto da origen a una división de tres grupos: los dominantes, dominados y marginados.
Vale la pena recalcar la importancia del racismo que como un cáncer, no solo carcome a nuestra sociedad sino a nuestra educación.
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